Bajas a la sala de la Princesa y de golpe te encuentras en el bar del Mari Guerri, magistralmente revivido por Mónica Borromello. Hay que tener mucho talento y coraje para hacer lo que hace esta compañía: cómo van pasando de personas a personajes y viceversa, de una época a otra, cómo los fantasmas cobran vida, sin buscar la imitación pero sí la proximidad, la esencia, el sentimiento. Pura magia, un calambrazo tras otro. Aplaudo a todos, aunque no pueda detenerme en todos.
Van a ver, por ejemplo, cómo canta Isabel Dimas (y muy bien) We’ll Meet Again, de Coward, y de repente es Aurora Redondo ensayando Los gigantes de la montaña, y luego la Espert, que pasa de Doña Rosita a la tremenda escena de su adiós a Víctor García, que es Jorge Basanta, a quien también verán ser Hamlet, y Lopajin, y José Ramón Fernández evocando a Papitu Benet: impresionante pasaje, porque Basanta logra ser José Ramón y Papitu al mismo tiempo. Julián Ortega es un maravilloso Fuso Negro que tiene otro momento estremecedor: el relato de la muerte de Antonio Llopis, recorriendo las tabernas de Madrid rumbo al Viaducto. Janfri Topera (¿por qué no vemos más a este estupendo actor?) es el humanísimo Blas, capitán del Mari Guerri, y después un Goya con los acentos de Bódalo.
Las mutaciones y los ecos son constantes. Francisco Pacheco “no hace” el Pastor Bobo, sino el joven Echanove interpretándolo. Y cuando Raquel Salamanca encarna a la Julieta de El público me pareció estar viendo a Maruchi León en el montaje del ultrapresentísimo Lluís Pasqual.
Pepe Viyuela también corta el hipo. Es José María, el teatrero apasionado, con la dulzura del joven Manuel Galiana, y luego Buster Keaton, y luego Max Estrella con el fulgor de Rodero: tiene una bella escena con Juan Carlos Talavera como Latino, y antes de que te des cuenta es Mario Gas hablando con su hermano. Y Talavera es Andrés Mejuto recordando a su amigo Lorca, y un magistral Otegui. Carmen Gutiérrez nos acerca a Julia Gutiérrez Caba en el rol de Liuba, y nos devuelve, más emoción, a Rosana Torres a pie firme, vestida de motera, con su humor eterno, paseando las cenizas de su padre. Ahí va otra ovación para Ione Irazábal, que logra acercarnos a Berta Riaza como Gertrudis, y mutar a continuación en la última María Asquerino.
Un bar bajo la arena es una obra sobre la tribu, sobre los compañeros, sobre la familia teatral. Da igual que al público joven no le suenen muchos de esos nombres: el teatro siempre es pasado vuelto presente, como el carbón al que una llama hace rebrotar.
Fuente: https://elpais.com/cultura/2018/10/09/babelia/1539087134_134728.html
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