UNA CASA DE MUÑECAS EN UN JARDÍN SIN CEREZOS
por La última bambalina

El jardín de los cerezos no solo recoge, como pocas obras de su tiempo, el impresionismo estético característico del período de entre siglos, sino que centra su acción, precisamente, en plasmar, con un tono no exento de cierta ensoñación nostálgica (propio del decadentismo simbolista de la época a que la obra pertenece), la reivindicación del nuevo mundo -la nueva sociedad- que irrumpe con fuerza con el siglo XX, anunciada de un modo más intelectual y teórico por el estudiante Trofimov, y manifestada de forma tangible y poderosa por el enriquecido comerciante Lopahim. Y, a pesar del juego circense propuesto por Ernesto Caballero en su montaje, debemos admitir que la esencia del decadentismo estético y de la decadencia real de la vieja aristocracia rusa reflejada por Chéjov en su texto se mantiene en esta versión. Percibimos con nitidez y una exageración casi esperpéntica la degradación de una clase otrora poderosa, pedante, frívola, inútil y arruinada, no muy alejada de aquellos hidalgos pretenciosos y hambrientos de nuestra tradición literaria; como percibimos la dureza de unos hachazos sobre los cerezos del jardín de Lyubov Andreyevna equiparables al sonido de la guillotina que acabó con el Antiguo Régimen cien años antes.
Un reparto de lujo, de trece actores, da vida a los numerosos personajes que intervienen en la obra: Chema Adeva (Pischik), Nelson Dante (Lopahim), Paco Déniz (Yepihodov), Isabel Dimas (Firs), Karina Garantivá (Dunyasha), Miranda Gas (Varya), Carmen Gutiérrez (Sharlotta), Carmen Machi (Lyubov Andreyevna), Isabel Madolell (Anya), Fer Muratori (Jefe de estación), Tamar Novas (Trofimov), Didier Otaola (Yasha) y Secun de la Rosa (Gayev). Impecables en su trabajo, el tono de sus respectivas interpretaciones se acompasa al del planteamiento escénico ya señalado. No busquemos una introspección psicológica en un montaje cuya intención se halla muy lejos del naturalismo; la construcción de los personajes y su «verdad» camina por otros derroteros, que estos recorrieron con absoluta solvencia. Perfectos todos en su cometido, quisiéramos destacar -sin menoscabo del resto del elenco- el trabajo de una Carmen Gutiérrez que estuvo espectacular en su papel de Sharlotta Ivanovna.
Este nuevo y singular montaje de El jardín de los cerezos se mantendrá en cartel, en el Teatro Valle-Inclán, hasta el 31 de marzo.
José Luis G. Subías